Este tema es EXCLUSIVAMENTE para los "niños de 4° A" de la I.E. Juan XXIII, ya que ellos aún no saben diferenciar muchas cosas, son tan "inocentes" los pobrecitos, especialmente el niño Choque, el niño berrinchudo Oblitas, el niño "Apa" Sucasaire, entre otros.
SITUACIONES
DE RIESGO – FACTORES DE PROTECCIÓN
Las
investigaciones realizadas durante las últimas dos décadas han tratado de
determinar cómo comienza y cómo progresa el abuso de las drogas. Hay muchos factores
que pueden aumentar el riesgo de una persona para el abuso de drogas. Los factores
de riesgo pueden aumentar las posibilidades de que una persona abuse de las
drogas mientras que los factores de protección pueden disminuir este
riesgo. Es importante notar, sin embargo, que la mayoría de las personas que
tienen un riesgo para el abuso de las drogas no comienzan a usarlas ni se hacen
adictos. Además, lo que constituye un factor de riesgo para una persona, puede
no serlo para otra.
Los factores
de riesgo y de protección pueden afectar a los niños durante diferentes etapas
de sus vidas. En cada etapa, ocurren riesgos que se pueden cambiar a través de
una intervención preventiva. Se pueden cambiar o prevenir los riesgos de los
años preescolares, tales como una conducta agresiva, con intervenciones
familiares, escolares, y comunitarias dirigidas a ayudar a que los niños
desarrollen conductas positivas apropiadas. Si no son tratados, los
comportamientos negativos pueden llevar a riesgos adicionales, tales como el
fracaso académico y dificultades sociales, que aumentan el riesgo de los niños
para el abuso de drogas en el futuro.
Los
programas de prevención basados en la investigación se enfocan en una
intervención temprana en el desarrollo del niño para fortalecer los factores de
protección antes de que se desarrollen los problemas de conducta.
El cuadro a
continuación describe cómo los factores de riesgo y de protección afectan a las
personas en cinco dominios, o ambientes, donde se pueden realizar las intervenciones.
Factores de Riesgo
|
Dominio
|
Factores de Protección
|
Conducta agresiva precoz
|
Individual
|
Auto-control
|
Falta de supervisión de los padres
|
Familia
|
Monitoreo de los padres
|
Abuso de sustancias
|
Compañeros
|
Aptitud académica
|
Disponibilidad de drogas
|
Escuela
|
Políticas anti-drogas
|
Pobreza
|
Comunidad
|
Fuerte apego al barrio
|
Los factores
de riesgo pueden influenciar el abuso de drogas de varias maneras. Mientras más
son los riesgos a los que está expuesto un niño, mayor es la probabilidad de
que el niño abuse de las drogas. Algunos de los factores de riesgo pueden ser
más poderosos que otros durante ciertas etapas del desarrollo, como la presión
de los compañeros durante los años de la adolescencia; al igual que algunos
factores de protección, como un fuerte vínculo entre padres e hijos, pueden
tener un impacto mayor en reducir los riesgos durante los primeros años de la
niñez. Una meta importante de la prevención es cambiar el balance entre los
factores de riesgo y los de protección de manera que los factores de protección
excedan a los de riesgo.
FACTORES DE RIESGO EN LA ADOLESCENCIA
Muchos valores que hoy se entrelazan y cultivan en forma cada vez más
intensa y hasta obsesiva en muchos de nuestros adolescentes, crean una
particular "cultura del riesgo", tal como la denomina Donas Burak
(2001). El cultivo del cuerpo de "película", tanto en mujeres como en
varones, con dietas repetidas y ejercicios violentos inadecuados para sus
edades y que conducen a trastornos serios como la anorexia y bulimia; lesiones
traumáticas de origen deportivo; "piques" automovilísticos con sus
consecuentes accidentes y muertes; relaciones sexuales desprotegidas que llevan
al embarazo temprano, enfermedades de transmisión sexual e infección de HIV;
consumo de alcohol, cigarrillos y drogas pesadas, con sus consecuencias a
corto, mediano y largo plazo. De por sí, se podría decir que existen numerosos
factores en el universo adolescente que estarían disparando ciertas conductas
de riesgo e influenciando, en parte, en algunas de las patologías más
frecuentes de esta edad. Estos factores tendrían un origen tanto interno como
externo, y estarían implicados en ellos aspectos personales, familiares y
sociales. Kazdin (2003) plantea que durante la adolescencia hay un incremento
en el número de actividades consideradas como comportamientos problemáticos o
de riesgo; como por ejemplo el uso ilícito de sustancias, ausentismo escolar,
suspensiones, robos, vandalismo y sexo precoz y sin protección. Los factores
comunes que determinan las conductas riesgosas de la juventud en alto riesgo,
también han sido revisados por Florenzano Urzúa (1998), quien señala como más
importantes la edad, expectativas educacionales y notas escolares,
comportamiento general, influencia de los pares, influencia de los padres,
calidad de la vida comunitaria, la calidad del sistema escolar y ciertas variables
psicológicas (el diagnóstico de depresión, junto con el de estrés excesivo, es
el que aparece más frecuentemente asociado con las diversas conductas de riesgo
adolescente. También la autoestima baja es mencionada como predictor de las
conductas problema). Donas Burak (2001) hace una distinción entre factores de
riesgo de "amplio espectro" y factores o conductas de riesgo que son
"específicos para un daño". Entre los primeros encontramos: familia
con pobres vínculos entre sus miembros; violencia intrafamiliar; baja
autoestima; pertenecer a un grupo con conductas de riesgo; deserción escolar;
proyecto de vida débil; locus de control externo; bajo nivel de resiliencia.
Los factores o conductas de riesgo específico serían: portar un arma blanca; en
la moto, no usar casco protector; tener hermana o amigas adolescentes
embarazadas; consumir alcohol (emborracharse); ingesta excesiva de calorías;
depresión.
Varios
autores en distintos países han investigado diferentes facetas de factores o
comportamientos de riesgo para la salud, entre los que se mencionan los
síntomas depresivos, ser varón y tener baja religiosidad (Campo-Arias, Cogollo
& Elena Díaz, 2008); trastornos del aprendizaje, de la conducta alimentaria
y depresivos, conductas violentas, mayor consumo de tabaco, alcohol y drogas
ilegales, episodios de embriaguez y mayor consumo de sustancias adictivas por
amigos y familiares (Paniagua Repetto & García Calatayud, 2003); problemas
emocionales en todas las áreas, en particular la familiar y la de salud, relacionados
específicamente con la interacción y comunicación con los padres, la autoimagen
(demasiada preocupación con la imagen corporal, especialmente en las mujeres),
tendencia al aislamiento (no pertenecer a ningún grupo de pares ni tener
amigos) y conductas de consumo de cigarro y alcohol (Barcelata, Durán &
Lucio, 2004).
Es por eso
que Cova Solar (2004) afirma que el desarrollo de la psicopatología evolutiva
ha tenido un impacto importante en la investigación de los factores de riesgo
de los trastornos mentales, obligando a generar enfoques más procesuales que
presten atención no sólo a la identificación de estos factores, sino a
comprender sus modos de actuar en la etapa de la adolescencia. Por ello, en su
artículo, presenta dos modelos que tratan de lograr una comprensión más
procesual de los determinantes psicosociales de la psicopatología
infanto-juvenil.
Además, se
pueden describir factores específicos que originan o influyen en algunas
conductas psicopatológicas, como por ejemplo, las problemáticas emocionales
caracterizadas por depresión, ansiedad, ataques de pánico, estrés (Barra
Almagiá, Cancino Fajardo, Lagos Muñoz, Leal González y San Martín Vera, 2005;
Barra, Cerna, Kramm y Véliz, 2006; Craig, 1997; Goodwin, Fergusson &
Horwood, 2004; Pardo, Sandoval y Umbarila, 2004). También el suicidio aparece,
en todos los países occidentales, entre las tres causas principales de muerte
en los adolescentes (Anderson, 2002; Centres for Disease Control, 1995; Gould,
Greenberg, Velting, Shaffer, 2003). Este tema, de preocupación mundial ha sido
ampliamente analizado en diversos estudios (Craig, 1997; Fachinelli, Straniero,
Páramo, Fachinelli y Chacón, 2005; Griffa y Moreno, 2005). Los trastornos
alimentarios y su incidencia en la satisfacción corporal y autoconcepto, han
sido considerados como otras conductas de riesgo en esta etapa (Esnaola, 2008;
Rivarola, 2003; Rivarola & Penna, 2006).
Otra
problemática muy asociada al período adolescente, es la de las adicciones.
Respecto a este tema, Roldán (2001) considera que en esta problemática
confluyen factores de riesgo individuales (como impulsividad y/o agresión
antisocial), familiares (como uso de drogas por padres o hermanos) y culturales
o sociales (como una alta disponibilidad de drogas y alcohol y falta de
normativas). Otro autor que ha trabajado este tema han sido Florenzano Urzúa
(1998) quien opina que existe en varios países un aumento de la misma, y que se
ha demostrado una secuencia progresiva de consumo de sustancias, partiendo por
las legales (cigarrillo y alcohol), para pasar por marihuana a una edad algo
mayor y terminar, al fin de la adolescencia con consumo de cocaína y otras
sustancias ilegales más tóxicas. También se observó que, en general, los padres
tienden a subestimar el consumo de sustancias químicas entre sus hijos. En
concordancia con lo anterior, en el estudio realizado por Landero Hernández
& Villarreal González (2007), se señala una relación directa entre el
consumo de alcohol de los progenitores y el de sus hijos adolescentes, destacándose
que el uso de alcohol por parte del padre es el principal predictor del mismo
tipo de consumo en el adolescente, sin desestimar la importancia de la presión
grupal en el consumo. Se infiere la necesidad de implicar a los padres en los
procesos preventivos a fin de crear un ambiente familiar positivo y ofrecer a
los hijos un modelo racional controlado en el uso familiar de bebidas
alcohólicas. Así, los jóvenes podrán ser menos vulnerables a la presión grupal,
variable que ha sido relacionada con el consumo de alcohol.
Desde otro
ángulo, los riesgos asociados a la sexualidad han conducido a ciertas conductas
patológicas durante la adolescencia. Es así que Martínez Álvarez &
Hernández Martín (1999) consideran a los /as adolescentes como un grupo de alto
riesgo en materia sexual, debido a que el conocimiento de los jóvenes sobre la
sexualidad, los anticonceptivos y las medidas preventivas de enfermedades de
transmisión sexual (E.T.S.) es muy pobre. Agrava esto la ausencia de una
adecuada educación sexual y la falta de una eficaz comunicación entre padres e
hijos. Muchos adolescentes manejan numerosos mitos sexuales y falsas asunciones
que posibilitan conductas de riesgo, llevando a embarazos no deseados, abortos,
o contagio de enfermedades infecciosas. (Coll, 2001; Florenzano Urzúa, 1998;
Vargas Trujillo, Henao & González, 2007).
Otra
problemática comportamental asociada a la adolescencia es la de la
delincuencia, detectándose algunos antecedentes de historia criminal en
adolescentes (Florenzano Urzúa, 1998); también examinándose su correlación con
dimensiones familiares (conflicto, comunicación y estilo educativo parental)
(Villar Torres, Luengo Martín, Gómez Fraguela & Romero Triñanes, 2003).
Desde una
perspectiva más sociológica, Donas Burak (2001) observa que los adolescentes y
jóvenes de América Latina han sido y continúan siendo objeto de violencia
política, económica, educativa, cultural; al no contemplarse sus derechos.
Están incluidos entre la población postergada, pero además se les usa en los ejércitos,
en las fuerzas policiales para reprimir e infiltrarse en los movimientos
juveniles y obreros, y se les usa cada vez con más frecuencia como
"mulas" en el transporte y tráfico de drogas. Al mismo tiempo en el
consumo de las mismas y en cometer actos delictivos empujados por bandas de
adultos, a vivir en la calle a merced del hambre, las drogas, la prostitución y
todo tipo de explotación y vejámenes producto de adultos; hasta su eliminación
física, cuando miembros de esa misma sociedad que les ha violentado todos sus
derechos, deciden que son "peligrosos" para la misma. También están
expuestos al mundo globalizado, con su polución ambiental e informativa, la
gran invasión de imágenes, el alto consumo de televisión y de estimulación
erótica y hedónica. Cabe agregar, finalmente, la alta frecuencia de abuso
físico, emocional, por deprivación y sexual, al que los someten padres y
profesores.
Se podría
afirmar, a partir de todas las investigaciones anteriores, que las
problemáticas adolescentes se reflejan en diferentes culturas y estratos
sociales, sin diferenciación, y siguen siendo causa de preocupación actual en
todos los ámbitos en el que están implicados los adolescentes.
FACTORES PROTECTORES EN LA ADOLESCENCIA
En el campo
de la salud, hablar de factores protectores, es hablar de características
detectables en un individuo, familia, grupo o comunidad que favorecen el
desarrollo humano, el mantenimiento o la recuperación de la salud; y que pueden
contrarrestar los posibles efectos de los factores de riesgo, de las conductas
de riesgo y, por lo tanto, reducir la vulnerabilidad, ya sea general o
específica. Donas Burak (2001) plantea que existen dos tipos de factores
protectores: de amplio espectro, o sea, indicativos de mayor probabilidad de
conductas protectoras que favorecen el no acontecer de daños o riesgos; y
factores protectores específicos a ciertas conductas de riesgo. Dentro de los
factores de amplio espectro, nombra: familia contenedora, con buena
comunicación interpersonal; alta autoestima; proyecto de vida elaborado,
fuertemente internalizado; locus de control interno bien establecido; sentido
de la vida elaborado; permanecer en el sistema educativo formal y un alto nivel
de resiliencia. Como factores protectores específicos, encontramos: el uso de
cinturón de seguridad (que reduce o evita accidentes automovilísticos); no
tener relaciones sexuales, o tenerlas con uso de preservativo (que reduce o
evita el embarazo, ETS, Sida); y no fumar (reduce o evita el cáncer de pulmón y
enfisema). Donas Burak (2001) considera que el abordaje preventivo debe hacerse
desde el marco de acciones que cumplan con ciertos requisitos fundamentales: el
objetivo debe ser el desarrollo humano en los adolescentes; las acciones deben
ser intersectoriales; la salud debe ser vista desde el concepto de la
integralidad; la atención debe ser multidisciplinaria; debe existir un amplio
ámbito para la participación social y en salud de los adolescentes y debe
existir una amplia participación de padres y profesores.
Siguiendo
con el tema de las intervenciones preventivas, Florenzano Urzúa (1998)
considera que los problemas de salud mental del adolescente son de solución
compleja, la cual debe enfocarse en múltiples planos: biomédico (ejemplo:
médicos y psicólogos y psiquiatras especializados en esta etapa), psicosocial
(como los programas de prevención o campañas de de salud para adolescentes en
riesgo), familiar (escuela para padres) y sociocultural (institutos culturales,
los centros juveniles, las brigadas de salud juvenil, los grupos religiosos y
de boy-scouts o girl-guides, etc.). Vinaccia, Quiceno y Moreno San Pedro (2007)
señalan que, entre los recursos más importantes con los que cuentan los niños y
adolescentes resilientes, se encuentran: una relación emocional estable con al
menos uno de sus padres, o personas significativas; un ambiente educativo
abierto, contenedor y con límites claros; apoyo social; modelos sociales que
motiven el afrontamiento constructivo; tener responsabilidades sociales
dosificadas, a la vez, que exigencias de logro; competencias cognitivas y, al
menos, un nivel intelectual promedio; características temperamentales que
favorezcan un afrontamiento efectivo (por ejemplo, flexibilidad); haber vivido
experiencias de autoeficacia, autoconfianza y contar con una autoimagen
positiva; asignar significación subjetiva y positiva al estrés y al
afrontamiento, de acuerdo con las características propias de su desarrollo y
tener un afrontamiento activo como respuesta a las situaciones o factores
estresantes. Asimismo, se ha destacado en varios estudios la calidad de la
comunicación y de las relaciones familiares como factor de protección asociado
a estilos de vida saludables en la adolescencia (Jiménez, Murgui, Estévez &
Musitu, 2007; Rodrigo et al., (2004); Zimmerman, Ramirez-Valles, Zapert &
Maton, 2000); así como la autoestima familiar, escolar, social y física (Cava,
Murgui & Musitu, 2008; Jiménez, Musitu y Murgui, 2008; Musitu, Jiménez
& Murgui, 2007).
Loubat
(2006) en su estudio concluyó que la escuela a veces no cumple totalmente con
el rol de factor protector, para la detección y pesquisa de alumnos en riesgo.
Afirma que con un trabajo intersectorial fluido entre salud y educación, los
educadores (por su relación cercana con el adolescente y su grupo familiar),
podrían constituirse en vehículo de prevención de riesgo de conductas
alimentarias inadecuadas, las cuales podrían derivar en trastornos en general
para la salud o quizás en trastornos específicos como bulimia y anorexia. En el
estudio de Díaz Aguado (2005) sobre violencia entre adolescentes en la escuela,
se destaca, como componentes clave para la prevención: el desarrollo de la
cooperación a múltiples niveles (familia, escuela, sociedad) y el currículum de
la no-violencia. La práctica cooperativa desde cualquier materia junto con este
último, son destacados como componentes básicos de la prevención escolar de la
violencia.
Pastor,
Balaguer y García Merita (2006) diseñaron un modelo que explora las relaciones
entre las dimensiones del autoconcepto y algunas conductas beneficiosas
(consumo de alimentos sanos y práctica de deporte) y de riesgo para la salud
(consumo de tabaco, alcohol y cannabis, y alimentos insanos) en una muestra de
adolescentes valencianos. En ambos sexos, la adecuación conductual, la aceptación
social y la amistad íntima son los mejores predictores (en sentido negativo) de
las conductas de riesgo para la salud. La competencia deportiva ejerce una
influencia indirecta sobre las conductas de salud, actuando como variable
mediadora en esta relación la participación deportiva. En contrapartida, los
dominios sociales del autoconcepto son los que mejor predicen de forma positiva
el consumo de sustancias: los chicos que se sienten más aceptados por los pares
consumen tabaco y cannabis con mayor frecuencia.
Gómez
Fraguela, Luengo Martín, Romero Triñanes, Villar Torres & Sobral Fernández,
(2006) destacaron que ciertas estrategias de afrontamiento (estilo de
afrontamiento productivo: esforzarse y concentrarse en resolver los problemas,
fijarse en lo positivo) parecen actuar como factores de protección del inicio
de consumo de drogas y de la implicación en actos antisociales; mientras otras
(estilo no productivo: estrategias de evitación, presión del grupo) parecen
favorecer la aparición de estas conductas. También en el estudio de González
& Rey Yedra (2006) se identificaron algunos factores protectores
relacionados con la escuela y los amigos, que una muestra de adolescentes no
consumidores consideran los protege del uso de sustancias adictivas, a pesar de
su disponibilidad en el ambiente. En el estudio de Figueroa, Contini, Lacunza,
Levín & Estévez Suedan (2005), se investigaron las estrategias de
afrontamiento en adolescentes argentinos de contexto socioeconómico bajo en
relación con el nivel de bienestar psicológico. Los adolescentes que
presentaron altos niveles de bienestar psicológico, utilizaron estrategias de
afrontamiento dirigidas a la resolución de los problemas: concentrarse en
resolver el problema, esforzarse y tener éxito, preocuparse, invertir en amigos
íntimos y distracción física.
A pesar de
todos los hechos negativos ya mencionados en el apartado anterior, no todos los
adolescentes se entregan a conductas de riesgo para su vida. Baron (1995), se
pregunta cuáles son los factores que permiten que muchos jóvenes que crecen en
vecindarios peligrosos superen las desventajas de su ambiente y se conviertan
en personas bien ajustadas y productivas. Entre algunas conclusiones
importantes se encuentran, por ejemplo, que algunas familias adoptan y utilizan
varias estrategias para proteger a los adolescentes de los peligros como
negociar con la escuela o la policía cuando sus hijos se meten en problemas;
supervisión cuidadosa de la conducta de sus hijos para brindarles apoyo contra
el uso de drogas y otras conductas peligrosas y buscar escuelas parroquiales
cuando las escuelas del vecindario se vuelven demasiado inseguras. Los padres a
menudo trabajan con los maestros y las escuelas para establecer climas de apoyo
en el salón de clases. Así cooperan activamente con la escuela para asegurar
que en ambos ambientes se fomentan conductas positivas y que los mensajes que
los jóvenes escuchan en un ambiente se confirman en el otro. Los estudios
señalan una conclusión optimista: si reciben la mínima oportunidad, los seres
humanos pueden y a menudo logran superar las condiciones que parecían diseñadas
para mutilar su espíritu. La mayoría de los adolescentes afirman tener vínculos
positivos con sus padres y los ven como un recurso primario de guía, mientras
se negocian procesos de formación de la identidad, relaciones íntimas, madurez
sexual e individuación. Craig (1997), también opina que muchos adolescentes
encauzan, quizás con el deporte, el normal incremento de energía y curiosidad
intelectual que acompaña a estos años o le dan un uso constructivo antes que
potencialmente destructivo, por ejemplo, involucrándose en el activismo social
entregándose a limpiezas ambientales o al trabajo con niños enfermos. En
general, si los adolescentes adquieren una autoestima, un sentido de
competencia y de pertenecer a una familia estable y al orden social, es menos
probable que sientan la necesidad de entregarse a comportamientos riesgosos.
Todo lo
anterior ratifica que la tarea de responder a las necesidades y problemas
juveniles es multisectorial, compete a la sociedad toda, a través de múltiples
personas e instituciones y también de programas preventivos específicos para
determinadas problemáticas adolescentes, tal como lo han planteado diversos
autores: programas de prevención del suicidio (Craig, 1997; Griffa y Moreno,
2005); de prevención para adolescentes en riesgo a las drogas, (Florenzano
Urzúa, 1998; Roldán, 2001); asesoramiento preventivo para las familias con
adolescentes en alto riesgo de abuso de sustancias y desorden conductal (Hogue,
Liddle, Becker y Johnson-Leckrone, 2002); prevención de conducta sexual
temprana (Florenzano Urzúa, 1998; Martínez Álvarez y Hernández Martín, 1999).