LA EDUCACIÓN EN RUINAS
Alfredo Bryce Echenique, escritorEn una entrevista concedida a este Diario el 9 de abril pasado, el presidente Toledo reconocía que, durante su gobierno, poco o nada se hizo por mejorar la educación en el Perú. Y no sin cierto desparpajo agregaba que, "si pudiera, durante los cinco años siguientes le metería fierro a fondo al tema de la educación".
Paralelamente, los entonces candidatos Alan García
y Ollanta Humala se saltaban a la torera, a lo largo de toda la campaña, el
tema de la educación, que ni siquiera estuvo entre los cinco puntos que
escogieron para el debate final de sus campañas. Y, dicho sea de paso, todo
esto lo hicieron con una insultante falta de educación, tanto con su adversario
como con la totalidad de los peruanos cuyo voto luchaban por conquistar. Tal
cosa nos permite concluir que tanto Alan García como Ollanta Humala ignoran que
la educación está en ruinas en el Perú, y que, sin duda alguna, junto con la
nutrición, a la cual está tan encadenada como Prometeo a su enorme piedra, es
el más grave de todos los problemas de nuestro país. Y de igual manera podemos
afirmar que ambos ignoran también que cualquier solución para el país pasa por
tener una población instruida y que, así como las empresas necesitan de buenos
profesionales en todos sus niveles, también las instituciones del Estado
requieren personal con buena formación e instrucción. Sin educación no puede
haber desarrollo ni calidad de vida. Todo lo que se haga en el Perú requiere de
gente preparada y a su vez de un electorado que entienda para qué y por quién
vota.
Nuestra educación, sin embargo, está tan en ruinas
que no cabe duda de que la más acertada respuesta a la tan citada pregunta de
Zavalita en "Conversación en la catedral", de Mario Vargas Llosa, es
que el Perú se jodió desde el instante mismo en que nuestros conquistadores,
con el analfabeto Francisco Pizarro a la cabeza, decidieron decapitar el
sistema educativo de los incas.
A diferencia de los aztecas, sus coetáneos, los
incas no basaron su expansión en la fuerza y la crueldad --a la que recurrieron
pocas veces-- sino en la amenaza y en la negociación. Así antes de invadir un
territorio, hacían en la frontera una exhibición de sus fuerzas y, una vez
aceptada la rendición, iniciaban el control administrativo y la transferencia
tecnológica, a la cual seguía de inmediato la educación. El mito de Manco
Cápac, educador por excelencia, quedó ciertamente grabado en la memoria
colectiva del imperio, y mucho se cuidaron sus sucesores de respetar esta tradición
como base en la que se sustentó su crecimiento. Sin duda los incas se habían
dado cuenta de que para crecer y para dominar a otros pueblos era indispensable
superarlos en todos los aspectos. Leamos a Garcilaso, refiriéndose a
Pachacútec: "Este inca, ante todas las cosas, ennobleció y amplió con
grandes obras las escuelas que Inca Roca fundó en el Cusco; aumentó el número
de preceptores y maestros; mandó que todos los señores de vasallos, los
capitanes y sus hijos, y universalmente todos los indios, de cualquier edad que
fuesen, recibiesen educación". Así, los cursos de los varones duraban
cuatro años durante los cuales aprendían hidráulica, arquitectura, estadística,
economía, contabilidad, historia y política. Para redondear la educación de la
élite, los incas tuvieron cuidado de añadir al currículo materias humanísticas
como música, poesía y teatro. Por cierto, los poetas --haravicus-- eran
altamente apreciados y respetados. Solo al término de sus estudios un joven era
considerado capaz de asumir un cargo en el imperio. Y la educación de las
mujeres, a cargo a menudo de la misma coya reina, no se quedaba atrás.
Garcilaso nos cuenta que esta era quien "industriaba a las indias en los
oficios mujeriles, tal como hilar y tejer. En suma, ninguna de las cosas de las
que pertenecen a la vida humana dejaron nuestros príncipes de enseñar a los
primeros vasallos, haciéndose el inca rey maestro de los varones y la coya
reina maestra de las mujeres".
La llegada de los conquistadores, principalmente
por el tipo de españoles que eran, acabó de golpe con los intelectuales incas,
los formidables maestros que fueron los amautas, e íntegro con un sistema
educativo que se extendió por todo el imperio y que a menudo se encarnaba en
"Las casas del saber." Jamás se dieron cuenta los conquistadores del
grado de educación del imperio que conquistaban. Ni siquiera tuvieron la
perspicacia suficiente para darse cuenta de las ventajas económicas que hubiera
supuesto mantener el conocimiento que tenían los incas de materias tan diferentes
como la medicina, la hidráulica, la ingeniería, en especial los caminos, la
agricultura y la técnica textil. Y como los incas no conocían la escritura y
todo el conocimiento se transmitía en forma oral, la desaparición de cada
amauta, por ejemplo, era como perder una biblioteca.
Pasados los primeros años de pillaje y caos
(1532-1537), que se agravó con la larga y cruenta guerra civil entre los
conquistadores (1537-1554), la educación del pueblo que conquistaron quedó en
manos de rapaces encomenderos y algunos sacerdotes que nunca fueron suficientes
ni dejaron otra enseñanza que el catecismo. "Ora et labora", reza y
trabaja, era su principal mensaje. La enseñanza del castellano nunca fue una
prioridad durante toda la
Colonia, y mantener al pueblo en la más grande ignorancia,
virrey tras virrey, fue más bien parte de la estrategia del dominio colonial. Y
no olvidemos, finalmente, que también España atravesó una larga época (que para
algunos historiadores peninsulares solo acabaría con la muerte de Franco, en
1975) de gigantesco atraso científico y filosófico y que durante los
interminables años de la
Inquisición fue inmenso el atraso con respecto a otros países
europeos. Y esta situación, añadida a la expulsión en 1492 de árabes y judíos,
que eran mucho más avanzados que los cristianos, hizo que España perdiese su
competitividad frente a los países del norte europeo.
Y lo peor de todo es que las cosas no mejoraron con
la independencia, a pesar de que la primera Constitución declaró que la
educación era una necesidad común y que la República estaba en la obligación de darla a
todos los individuos. Esto fue un salto cuantitativo frente a la estrategia de la Colonia de mantener a los
indígenas fuera del sistema educativo. Otra muestra del interés de los libertadores
fue la fundación de la
Biblioteca Nacional creada por San Martín al mes siguiente de
la Declaración
de la Independencia
con quince mil libros requisados a la Universidad de San Marcos, a conventos,
bibliotecas particulares de españoles que abandonaban el Perú y con donaciones
como las del propio San Martín. Finalmente, la constitución de 1823 también
dispuso que se crearan universidades en las capitales de departamento y
escuelas de instrucción primaria en los lugares más pequeños. Pero dejémosle al
maestro Basadre darnos su opinión sobre este período de grandes ilusiones y aun
mayores desilusiones: "Bellas palabras, como tantas otras de la República naciente; pero
carentes de posibilidades de aplicación inmediata por falta de recursos, de
elementos humanos, de directivos eficaces y de materiales de trabajo". Dos
años más tarde, y meses después de la batalla de Ayacucho, Bolívar, que había
recorrido largamente el territorio nacional, dejó constancia del "grado de
abandono en que se halla la educación pública en todos los pueblos del Perú. En
ninguno hay escuelas ni de primeras letras, y los niños y jóvenes crecen en la
más absoluta ignorancia".
Difícil tarea tuvieron los primeros presidentes de la República para mejorar
la educación. Por un lado, sabían lo que tenían que hacer y quizá hasta
tuvieron la voluntad de hacerlo; por otro, presiones de toda índole, desde
luchas intestinas hasta golpes de Estado siempre retrógrados, corrupción y
saqueos de las arcas públicas, relegaron la educación a un último lugar. En
cuanto a las universidades, por ejemplo, el inicio republicano fue trágico,
debido sobre todo a los cambios constantes de planes y cortes presupuestarios
de funestas consecuencias. Basadre afirma que "La República comenzó siendo
inferior a la tarea que, echando por tierra las raíces culturales de ella,
realizaran en las postrimerías del Virreinato Rodríguez de Mendoza en San
Carlos y Unanue en San Fernando". Según Emilio Valdizán, "la
decadencia había llegado a sus límites más dolorosos, a tal punto que en los
anales de 1836 a
1850 apenas sería posible consignar como exponentes de la labor escolar los
títulos otorgados por el Estado".
Con el presidente Castilla y la bonanza del guano,
la educación dio signos de mejorar, pero no porque tuviera prioridad en el
Gobierno, sino porque ese guano comenzó a exportarse. Sin embargo, esta bonanza
siguió otorgando los mayores ingresos a las Fuerzas Armadas, que literalmente
se tragaban el 51% del presupuesto de nuestra pobre nación. Y a ello hay que
agregar que, tras la independencia, fue poca o nula la influencia que tuvieron
en nuestro país, por culpa exclusiva de las facciones políticas de entonces. No
se implantó la democracia en nuestro país y el pueblo siguió demostrando
trágicamente que la ignorancia no se cura con leyes ni con reglamentos que,
además, no se cumplen. A fines de siglo, en su mensaje a la Nación de 1897, Nicolás de
Piérola reconoce que "sobre la educación pública nada eficaz he podido
hacer". La espeluznante franqueza de Piérola resume a la perfección, creo
yo, lo que fue para todos los presidentes del siglo XIX la educación en nuestro
país. Piérola reconoce que no solo no hizo nada por elevar el nivel de la
educación, sino que además ni siquiera lo intentó. Y enseguida hace una extensa
enumeración de las mayores carencias. Para abreviar, diré estas son muchísimas
y sencillamente para echarse a llorar.
El siglo XX empieza tan mal como concluye el
anterior, según palabras de Basadre: "El Gobierno olvidó las deficiencias
y vacíos de la instrucción primaria. No tomó en cuenta que en muchos colegios
faltaban maestros aptos e instrumentos pedagógicos indispensables". Sin
embargo, en medio de esa trágica repetición de fracasos, hubo un período de
lucidez que creó expectativas y las cumplió. El fenómeno o milagro ocurrió en
los primeros cuatro años de la presidencia de José Pardo y Barreda (1904-1908).
Lo primero que hizo este gran hombre fue poner dinero allí donde antes solo
hubo promesas; así, el presupuesto para educación en 1907 representó casi el 15%
del presupuesto total. O sea que el presupuesto para educación de Pardo y
Barreda en 1907 fue 50% mayor que el de Toledo en cada año de su gobierno. Por
supuesto, el dinero no lo es todo y en su gobierno Pardo y Barreda decretó que
la enseñanza fuese obligatoria y gratuita para los varones de 6 a 16 años y las mujeres de 6 a 12 años. Esta medida, que
tan tímida nos parece hoy, fue entonces un paso importante hacia la igualdad de
los derechos de la mujer con el varón. Y todo esto se implementó con dinero,
sea mediante la creación de un fondo para la educación primaria, sea con leyes
tan especiales como la llamada "mojonazo", un impuesto sobre las
bebidas alcohólicas que las municipalidades debían cobrar.
¿Qué se hizo con ese dinero? Pues algo que se pudo
constatar: se crearon 26 escuelas modelos en pueblos como Ayaviri, Huancabamba,
Cotahuasi o Mollendo, y 8 escuelas en Lima. Aunque injusta aún por centralista,
la verdad es que hasta el día de hoy esta proporción en inversión entre Lima y
provincias jamás se ha vuelto a repetir. Y, aunque incipiente aún, esto lo que
realmente se llama descentralismo, señores Toledo y García y quienes vengan
después. Pero se hizo aun muchísimo más en ese período, señores X o Z. Se
entregaron 160 mil ejemplares gratuitos de textos escolares y 3 mil de mapas
del Perú en todo el territorio de la nación. Y aun se hizo muchísimo más,
aunque hoy nos suene a todos los peruanos a cuentos de hadas: se dotó a las
escuelas de formularios de matrícula y asistencia, libretas, registros, cuadernos
y lápices. Todos estos materiales fueron fabricados en el Perú, pero como en
cambio no había entonces buenos fabricantes de útiles escolares, estos se
importaron de Francia, de la famosa librería Hachette. Las bancas y carpetas se
trajeron de Nueva York; los sillones para maestros (¿alguien se acuerda de los
maestros, hoy?) y otros artículos llegaron nada menos que de Hamburgo. Sesenta
años más tarde, Basadre relata que en las escuelas de la sierra y de la costa
todavía se encontraban equipos y materiales educativos comprados en la época de
José Pardo y Barreda. ¿Qué dirían hoy de todo esto los Fujimori y Montesinos,
de cuyas desmoronables escuelas "decentes" (así las llamó el prófugo)
hoy nada queda? Pero se verá en su momento, un momento como de ruina final de
nuestra educación escolar.
Pero Pardo aun hizo más, aunque ya nadie me crea.
Volvió a abrir por enésima vez la Escuela Normal de Lima, solo que esta vez se le
otorgó fondos, local y maestros, algunos de ellos contratados en el extranjero.
E hizo aún más: Volvió a abrir la
Escuela de Artes y Oficios, cuyo funcionamiento había sido
ordenado por varios gobiernos pero, como siempre, sin un centavo para ello. Y
vinieron las becas de estudio y además las becas para posgrados en el
extranjero. Los estudiantes de la
Normal iban a Estados Unidos y a 6 de los 150 estudiantes de la Escuela de Artes y Oficios
se les enviaba cada año a estudiar construcción naval en Inglaterra con
contrato para regresar al Perú. Con José Pardo, además, aunque parezca mentira,
y sin demagogia alguna, se entendió que no podíamos contentarnos con lo mejor
que teníamos en el país sino que era necesario además recurrir a la ayuda
extranjera. Así, se contrató profesores alemanes y belgas para que se
encargasen del Colegio de Guadalupe y poco después se contrató a profesores
suizos, franceses y norteamericanos, y con José Pardo se crearon también los
primeros colegios privados. Con este gran presidente-maestro, la educación tuvo
un protagonismo que nunca antes y nunca después ha tenido en nuestro país. Es
cierto que se pecó de cierto centralismo y que la mujer aún estuvo en
desventaja, pero pasaría casi medio siglo para que llegara al poder, por vías
nada democráticas, es cierto, el último presidente que algo hizo por la
educación en este país: el general Manuel Apolinario Odría.
Es cierto que la economía ayudó, pero también es
cierto que este dictador hizo el segundo mayor esfuerzo por la educación en
todo el siglo XX. Durante el ochenio, se construyeron 55 grandes unidades
escolares que albergaron una ingente cantidad de personas en edad de estudiar.
Apoyándose en el modelo de enseñanza estadounidense de las ciencias con
laboratorios y gabinetes. Igualmente se obligó a los colegios de secundaria a
dar instrucción en talleres de oficios. Odría fue también el primer presidente
que impulsó la educación de niños atrasados y con problemas de aprendizaje.
También en su tiempo se empezó a crear escuelas para niños de 4 a 6 años. Y todo este
esfuerzo no fue en menoscabo de las escuelas privadas; por el contrario, los
colegios religiosos, los parroquiales y laicos fueron oficialmente reconocidos
y en algunos casos recibieron incluso apoyo económico. Sin duda alguna, la gran
labor educativa en los tiempos de este militar golpista se debió a su ministro
de Educación, el general Juan Mendoza Rodríguez, maestro de vocación y rara
avis del ejército que fue también promotor y director del Colegio Militar
Leoncio Prado.
Lo que sigue, hasta el día de hoy, es una
decadencia y caída del nivel educativo en nuestro país que hoy anda en el
vergonzoso y atroz puesto 200 en el mundo. Y todo esto a pesar de que, como
reconoce el gran educador que es León Trahtemberg, durante el gobierno de
Velasco se hizo "el esfuerzo de diagnóstico, reflexión y diseño del siglo y
sacó la educación de las aulas para abordarla como una cuestión política y
económico-social, que debía comprometer la participación organizativa de la
comunidad vinculando la educación con el desarrollo". En la práctica estas
grandes palabras no sirvieron para mejorar la educación sino para aislarla,
para alejarla de la responsabilidad de la sociedad y principalmente de los
padres de familia.
Con los sindicatos apristas, primero, y con los
marxistas del Sutep, enseguida, los maestros dejaron de ser educadores y
pasaron a ser llamados simplemente trabajadores, lo cual no fue solo un cambio
semántico. Un educador, un amauta, es mucho más que un trabajador, por más
bueno que este sea en su trabajo. Ser educador es algo que trasciende el mero
trabajo de transmitir conocimiento. Un educador es un guía en todo momento,
alguien en quien el alumno tiene confianza y a quien puede acudir en busca de
consejos, orientación y modelo. Un educador, un amauta, es alguien que ha
escogido esta profesión por la vocación irreprimible de enseñar y no
simplemente como un modo de ganarse la vida. Ha habido en el Perú grandes
maestros en todo el abanico político. Maestro fue un hombre de derechas como
Basadre, un aprista como Luis Alberto Sánchez, o un comunista como Mariátegui.
Pero sindicatos como el Sutep se han traído abajo
todo este sistema educativo, con un discurso que hoy sin embargo está
totalmente caduco y trasnochado, que solo ha logrado nivelar para abajo, sin
reparar en categorías ni responsabilidades. Desde entonces, el desastre
educacional quedó servido en nuestro país y por supuesto que a Fujimori le cupo
el deshonor de envilecer lo que ya estaba bastante enrarecido, casi podrido. La
guinda fue suya. Y la puso con la decretada invasión de las universidades
privadas, la multiplicación de estas fábricas de diplomas a las que se accede
muchas veces por la podredumbre que reina entre las academias privadas y por
los colegios también privados. Todo privado, al fin. Y adiós maestros y
bienvenidos trabajadores en serie que marcan tarjeta para dictar una clase. Es
el mundo de lo privado aplicado a la enseñanza, afirman. Y uno se siente
tentado a preguntarse si privado de ética, también. Un alumno es una tuerca
más, o menos. Y veamos, para concluir, uno de los logros del Sutep a favor de
sus trabajadores, que no educadores: Hace 45 años un profesor ganaba el
equivalente a mil dólares. Hoy gana 250. Hoy el 90% de los alumnos termina el
colegio sin comprender lo que lee y el 97 sin saber las matemáticas que se
supone le enseñaron. Estos datos los he obtenido leyendo a León Trahtemberg, y
precisamente este gran especialista en educación está pidiendo una urgente
tregua curricular para enfrentarse con tan atroz problema, mientras que el
presidente electo habla de la posibilidad de crear un ministerio de cultura. O
sea un gran edificio repleto de burócratas y en el que un señor ministro se
ocupa de ese ministerio mientras en las calles y plazas de todo el país los
intelectuales, los artistas, los artesanos, los escritores, los músicos,
etcétera, se ocupan de la cultura. "No estudies educación" es el
título de un artículo de León Trahtemberg que debió haber aparecido a toda
página en toda la prensa peruana, pero como la educación no vende fue publicado
en una revista tan valiosa como "Testimonio" del Instituto de
Estudios Socialcristianos, pero que sin duda tiene una circulación mucho más
limitada. En fin, "que Dios nos coja confesados". Una vez más. Amén.
REFERENCIA
BIBLIOGRAFIA:
EL
COMERCIO 25 de junio del 2006 A6
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